La información en la época de la reproductibilidad viral


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Un hombre esta escalando una montaña. En la cima de esta está el consejo de sacerdotes de Delfos, los custodios del oráculo. El hombre trae una bolsa llena de monedas que entrega a quien parece ser el líder y este lo conduce por un pasaje estrecho al recinto donde se encuentra la pitonisa, el enlace con los dioses. El sacerdote trae la infusión de hierbas psicodélicas, ella inhala el aroma y su cuerpo comienza a moverse arrítmicamente hasta que cae rendida y le dice algo en el oído al sacerdote: “un consejo, no es bueno lo que piensas hacer”. El hombre sale algo decepcionado, lo que el oráculo le dijo no tiene sentido alguno, ahora debe consultar a su propio juicio y tomar una decisión: no hacer nada o detener el avance de las tropas persas y evitar la invasión de Esparta.
Este pasaje hace parte del relato sobre Las Termopilas, ampliamente conocido por la versión escrita y dibujada por Frank Miller 300 (1998), en la que el Rey Leonidas y una compañía de trescientos espartanos marcharon en contra del designio del consejo hacia el estrecho paso de las Termopilas para detener el paso de los persas. El punto aquí tiene que ver con las limitadas maneras en que se accedía a la información y acorde a su apropiación tomar una decisión, el asunto es que cada vez que elegimos se bifurcan los caminos generando múltiples opciones que deben se analizadas en el menor tiempo posible. En la antigüedad la información era un recurso al que solo se conseguía acceder mediante ritos y conjuros, creencias metafísicas, que solo podían ser realizadas por aquellos que tuviesen no solo un alto grado de experiencia y edad avanzada, también tenia que ser parte de una línea de secesión, luego se procedió a formarlos y ser dignos sucesores según las pruebas de sus maestros, se convirtieron en sabios y pensadores; el logos materializado en los intelectuales a fin de cuentas. Pero al margen de ellos también surgieron los artesanos, poseedores de la techné o la manera de transformar la materia, ellos se transformaron en los técnicos.  De su unión bajo el termino tecno-logía brotó un nuevo orden que poco a poco conquistaría y colonizaría los procesos sociales, políticos y económicos del mundo, que llevaría al ser humano a una aceleración sin precedentes. Si el rey Leonidas viviera en un entorno como el nuestro solo tendría que pagar un plan de datos y buscar en su dispositivo móvil la información necesaria para planear su estrategia; una facilidad que necesito 2500 años para perfeccionarse. 
Entendamos el termino información como el procesamiento, formas de organización y de difusión de los datos que reciben nuestros sentidos. Tras este paso dichos datos organizados se transforman en conocimiento, lo que permite una elaboración de juicios razonados que ayudan a determinar una decisión, adecuada o  no, para el momento. El progreso tecnológico, que releva dispositivos y medios de manera cada vez mas acelerada, ha permitido un mayor acceso a la información, la han democratizado permitiendo que sea construida colectivamente; el riesgo esta en la veracidad de la información que recibimos, que tanto podemos confiar en lo que nos brindan los periódicos, los noticieros, los post en redes y las imágenes que colgamos en nuestras cuentas de instragram. “El futuro ya esta aquí”, decía el escritor William Gibson, “solo que llegó de forma desordenada”. Los dispositivos que antes eran solo parte de las películas y novelas de ciencia ficción ahora son parte de nuestro entorno. Una parte de la juventud actual, plenamente alfabetizada en la cibercultura que antes era simulada en los relatos cyberpunk, carece de razones y motivaciones que les ayuden a potencializar el uso de la tecnología, por así decirlo no la valoran como si lo harían aquellos que no tienen acceso a estos privilegios de la videosfera.  

Hablando de Futuro, del latín futūrus, aquello que está por venir (el porvenir es sinónimo de futuro), se plasma una hipotética línea del tiempo donde el pasado se encuentra detrás del presente (es lo que ya sucedió), mientras que el futuro aparece adelante (todavía no ha sucedido). Es una conjetura que puede ser calculada, especulada, teorizada o anticipada de acuerdo a los datos que se obtienen en el momento. Por ejemplo ¿quién puede pronosticar el clima? Para encontrar una respuesta viable se deben ver las variables que intervienen: presencia de nubes, viento, condiciones de humedad, huracanes, tormentas eléctricas; entre otras. Se han creado softwares y hardwares para medir, anticipar y pronosticar el clima, pero este es tan variable que por mas optimo que sea el algoritmo no lo puede predecir del todo, lo que si sabemos es que nos toca salir con sombrilla y un buen abrigo. Hoy el futuro no puede ser pronosticado con exactitud.

El futuro que vivimos actualmente no tiene los autómatas o los autos voladores que tanto prometían esos filmes de los ochenta del siglo pasado. Lo que si tenemos es una obsesión por la inmediatez y la viralización de contenidos, algo que ya vaticinaban autores como Castells, quien se refiere a la difusión de la tecnología como algo que “amplifica infinitamente su poder cuando los usuarios se la apropian y la redefinen” (Castells). Una consecuencia de esta condición es que la información ya no esta centralizada y verificada, esta descentralizada y puede ser alterada en cualquier momento. Las fake news están a la orden del día, los robos informáticos se han convertido en una tendencia que va en aumento, los memes se han convertido en un dialecto que dura lo que tarda en viralizarse y diluirse en el inmenso mar de datos. Una dieta poco balanceada de palabras, sonidos, colores, aromas y texturas; un complejo algoritmo, reprogramado a diario, que nos brinda el libre albedrío para seguir las rutinas impuestas por el sistema sin novedad alguna. Nada nos sorprende, todo es predecible, al menos eso es lo que quieren que pensemos. Ante este panorama ¿qué papel debe cumplir el diseño de información? ¿cuál debe ser su propósito en el ecosistema mediático en el que estamos inmersos?

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